En “El
gato sobre el tejado de zinc” Tennesse Williams hace decir a uno de sus
personajes: “Puedes ser joven sin dinero pero no puedes ser viejo sin él”.
Cruda, descarnada, la sentencia no puede ser más precisa.
Voy con
otra cita, esta de Azorín. Contradictoria: “Un viejo es un enfermo sano”. Un
sano que requiere cuidados y los cuidados representan recursos, dinero. Viejo y
pobre componen un difícil binomio.
Más aún
en un tiempo de acentuado envejecimiento demográfico que pone de manifiesto el
alto precio que nuestras sociedades tienen que pagar por la longevidad. Hoy se
reclama, ante el envejecimiento, una terapia de choque como la que se ha
llevado a cabo para concienciar sobre el medio ambiente y poner freno al
deterioro medioambiental. De momento, sin éxito.
Hablan
unos de transformar la estructura de la sociedad: formación y puestos de
trabajo para personas de entre 60 y 80 años (con programas paralelos de
atención a los afectados de Alzheimer y Parkinson, supongo). Hablan otros, los
más y sobre todos los más próximos, de reforma de las pensiones.
Llegamos
así al gran debate social de nuestros días, con permiso de otros de similar
importancia, relacionados casi siempre con la escasez de recursos. Siendo más
precisos: es el gran debate para el segmento viejo de la sociedad, con la
jubilación próxima o inmerso ya en la condición de jubilado/pensionista.
En el
debate, la discrepancia es total. No puede ser de otra manera cuando los puntos
de partida son tan contradictorios. Solo encuentro un lugar de concurrencia
entre los economistas, sociólogos, demógrafos, políticos y todos los demás
expertos que analizan y opinan sin parar de la materia: el problema es la falta
de empleo.
Hay otra
coincidencia menor que un sector trata de disimular: las vías que se exploran
conducen a una mayor brecha social, a una mayor desigualdad.
La
reforma de las pensiones a la que se enfrenta ahora la sociedad española se
hace en nombre de la sostenibilidad, encuentra en el alargamiento de la
esperanza de vida la mejor disculpa correctora y conduce inevitablemente a una
renuncia progresiva al estado de bienestar que nos ha hecho sentir europeos los
últimos decenios.
Trato
con humildad de entender los argumentos que se ponen sobre las mesas del
debate. Y aunque no dejo de advertir incoherencias y contradicciones, localizo
razonamientos que comparto como, por ejemplo, que vivimos más, vivimos más años
jubilados y sin embargo apenas ha cambiado el número de años que trabajamos; y
participo de la idea de que la clase social condiciona la tasa de mortalidad,
por lo que debería condicionar en paralelo el tiempo de trabajo obligatorio.
Otras
cosas no entiendo. Por ejemplo, las fórmulas que los expertos barajan para la
reforma de las pensiones y sus actualizaciones. Un abstruso enunciado para la
reforma: “coeficiente de equidad intergeneracional de las nuevas pensiones” y
una fórmula imposible para la actualización de las existentes y futuras, que me
resisto a reproducir por ininteligible.
Desaparecida
cualquier referencia al IPC, un indicador que todos habíamos acabado por
incorporar a nuestra cultura, es más fácil comprender el resultado que se
espera: las pensiones pierden el poder adquisitivo. Quien dependa de la pensión
pública para su jubilación tiene garantizada una mayor pobreza presente y,
sobre todo, futura.
El pacto
social se ha roto. El número de viejos sin dinero crece sin parar.
MUY BUENO.¿seguir trabajando entre los 60 y 80? yo no me apunto.
ResponderEliminarY que tal si tanto corrupto, chanchullero, y "consejeros" sin escrupulos devolvieran y pagaran por todo lo que se han llevado? Devolver por una parte pero PAGAR ENTRE BARROTES!.
No quiero ser agorero, pero si esto sigue asi ademas de las diferencias sociales HABRA UN GRAN CONFLICTO SOCIAL.
En cualquier caso muy acertada reflexion.