Hay quien sostiene que la vida es algo circular porque se
nace y se muere. Y sí, la vida toma forma de círculo cerrado pero no por algo
trascendente sino por lo anecdótico. Las anécdotas, como la que contaré, son
las que me confirman el carácter circular de la vida que vivimos.
En el verano de 1971 era yo estudiante de periodismo en
Pamplona y tuve la oportunidad de hacer mis primeras prácticas como becario en
El Diario Vasco de mi ciudad. No estaba asignado a una sección concreta y los
primeros trabajos los hacía en el ámbito cultural (entrevistaba a los artistas
que actuaban en los teatros de San Sebastián, firmaba crónicas de jazz, alguna
crítica de cine…) y en el que hoy calificaríamos de ámbito socio-económico.
Aquel espacio se llamaba entonces “Guipúzcoa, hombres y
problemas”, toda una declaración de pretensiones desde el propio enunciado.
Ocupaba una única página, por lo general la octava del formato sábana que por
entonces tenía el periódico y a su cargo estaba Joaquín Ormaechea, una
referencia de mis primeras armas periodísticas.
Hablo, lo recuerdo para que el lector se sitúe, de 1971.
Cuando se conocían los primeros modelos, que nos parecían mágicos, de un
aparato de transmisión llamado Dex, que luego derivaría en Fax y que, tras
muchos años de esplendor, hoy prácticamente ha desaparecido. (Una variante, el
Burofax, apenas se utiliza para anunciar despidos y demandas).
Los corresponsales del periódico en pueblos y comarcas
mandaban sus crónicas a la sección escritas en unas cuartillas amarillentas (recortes
de papel prensa) que introducían en unos sobres más amarillos aún y entregaban
a los recadistas de los autobuses que llegaban a la capital donde un ordenanza
del diario los recogía.
El teléfono era, casi, un artículo de lujo, solo para
circunstancias excepcionales, para noticias singulares que los corresponsales
dictaban y en la redacción se copiaban, auricular en la oreja, directamente en
la máquina de escribir. (Cuando el corresponsal llamaba, a cobro revertido,
naturalmente, sin que mediara la circunstancia de suceso extraordinario es que
estaba en el bar o en el casino echando la partida y le había entrado un ataque
de importancia).
Vuelvo a las crónicas que venían en los sobres casi
anaranjados y que llamábamos “cartas”. “La carta del corresponsal”, se decía en
los pueblos. Cuando me tocaba ayudar en esta sección, los sobres eran cosa mía.
Y un día abrí uno que contenía una cuartilla repleta de información escrita sin
una sola coma ni punto. Demasiado para el joven aprendiz de periodista, que
proclamaba su indignación ante las risas de los veteranos.
Pocos días después, no sé si justificadamente, aquel
corresponsal llamó a la redacción. El jefe de la sección me buscó por todas
partes hasta encontrarme; me dijo que era la oportunidad de reprenderle, me
pasó el teléfono y con toda la impertinencia que se supone, lo hice.
No había pasado una semana cuando llegó otro sobre, esta
vez a mi nombre, del mismo corresponsal. La cuartilla solo tenía comas: una
veintena de filas repletas de comas; y un breve mensaje: “ponlas donde te salga
de los huevos”.
A finales de enero de 2017 he terminado el que
seguramente será el último trabajo de cierta importancia en mi vida laboral: la
redacción de la Memoria correspondiente a la actividad social que llevó a cabo en 2016 la Fundación que me emplea y
creo haber escrito con la atención y, si se acepta, con la precisión de
siempre.
Antes de mandar a imprenta la publicación la han conocido
los patronos que gobiernan la Fundación. La han evaluado críticamente, han
sugerido algún cambio que, naturalmente, ha sido atendido. Y, para mi sorpresa,
han hecho también un análisis sintáctico y de puntuación del que uno de los
patronos ha concluido que “faltan comas a lo largo de todo el texto”.
Han pasado más de 45 años de aquel día en que imagino al
corresponsal del periódico aporreando la tecla de la coma en su Olivetti para
llenar aquella cuartilla amarilla que me mandaría, supongo, con toda su rabia
por mediación del recadista. Puedo, incluso, presentir sin esfuerzo lo que
hubiera hecho con aquel arrogante aprendiz de periodista de haber entregado el
sobre en mano.
Apenas disgustado; un poco pasmado, sí, me divierte la
oportunidad de rememorar aquel pasado. Porque esta anécdota que ha tardado 45
años en cerrarse es la que me reafirma en la naturaleza circular de la vida que
vivimos.

NOSTALGIA! es lo que desprende este blog.. pero para el que escribe y piensa bien, nunca se acaban sus posibilidades de futuro.Es lo que espero y deseo.
ResponderEliminarEn cualquier caso, y producto de la "pócima que me acompaña" no puedo olvidar al Maixu, que te desaconseja que vayas al Cementerio de Bergara, que "que les den", pero en cualquier caso siempre procura que no te adentres por sinuosos caminos depresivos que no llevan a ninguna parte.
QUITEMONOS LAS CARETAS! Maixu, nos queda menos camino que el que hemos recorrido, pero eso no impide que el futuro sea nuestro; lo duro suele venir ahora, después de los dos años, cuando ya casi no sabes de que hablar ni con tu compañera, salvo que comentes lo que escribe el DV o sus esquelas; la relación que se fundamenta en el "saludar a los amigos" dá lo que dá ; si tienes voluntad es más lo que aportas que lo que recibes; sólo queda lo "entrañable" del momento. Pero también el esfuerzo generoso tiene su recompensa, y la historia de lo que fuimos, hicimos y cantamos, no se puede olvidar.
Cuando fueron los momentos buenos, estuviste, y cuando fueron malos o muy malos también. Esa es la realidad de la vida que todavía nos dara muchas oportunidades .
Bueno , volvamos al momento, ESPERO QUE ESTE BLOG NUNCA SE CIERRE,
Besarkada bat.